Lo lógico sería que, al subir una montaña, la temperatura aumentara, ya que nos encontramos más cerca del sol. Sin embargo, ocurre todo lo contrario. A más altura, más frío. Esto se debe a un fenómeno que los expertos denominan gradiente vertical de temperatura.
La superficie terrestre actúa como una fuente calorífica que emana parte del calor que recibe de la radiación solar hacia los estratos de aire más cercanos al suelo. Se calcula que la temperatura disminuye a un ritmo de unos 0'5 °C por cada 100 metros de altura. Además, baja la presión atmosférica, el aire se hace menos denso y se absorben con mayor dificultad los rayos solares. Y la presencia de nieve y hielo refleja la radiación solar e impide que se caliente el ambiente.