Las manchas qué observan los astrónomos en el sol en determinadas ocasiones se deben a que la temperatura del astro no es la misma en toda su superficie. Así, las zonas donde la temperatura es menor se ven más oscurecidas que el resto y, vistas con los instrumentos adecuados, parecen manchas.
Su tamaño puede ir desde los 300 kilómetros hasta los 120.000, pero no son permanentes, sino que van cambiando de lugar y moviéndose sobre la superficie solar.